Pensar en Cartagena de Indias me lleva a evocar lo dicho por Gabriel García Márquez en una entrevista con el periodista Ernesto McCausland en la que describe perfectamente cómo se percibe el caribe colombiano:
«Yo vuelo de Paris a Cartagena o de Madrid a Cartagena, por ejemplo, a Barranquilla; en el momento en que desembarco aquí yo noto que todo en la mente y en el cuerpo se me reajusta y se identifica perfectamente con toda la realidad ecológica que tengo a mi alrededor. (…)
A mí me sueltan vendado y yo sé que estoy en el Caribe porque el organismo me está funcionando de una manera que no me funciona en ninguna otra parte y la mente, todo, es un reajuste que se debe a una identificación total del cuerpo y de la mente con el medio».
Cartagena de Indias es el destino soñado de viajeros locales y extranjeros. La riqueza de los paisajes captada por los lentes de las cámaras fotográficas de quienes transitamos esporádicamente por sus calles hace parecer que es la ciudad perfecta. En postales luce cálida, musical, colorida, alegre, fantástica, un derroche de cultura en cada paso transitado por sus calles, pero la realidad es otra, Cartagena no es siquiera la mitad de aquel «paraíso terrenal» que solíamos contemplar foráneos y locales.
En realidad, la ciudad está siendo azotada por el desempleo, la inseguridad, el microtráfico, la prostitución, la inmigración desmedida e ilegal y la ingobernabilidad reinante en el ámbito local que ya completa casi dos décadas. Cartagena es lo más cercano a una anarquía en la que reina la ley del más fuerte e irreverente de los ciudadanos, mientras que su gobernante posa dando muestras de un control inexistente sobre la ciudad que se derrumba bajo sus pies, que, aun estando descalzos, serían incapaces de percibir el calor del suelo en el que circula lava que amenaza con acabar a Cartagena.
Una iniciativa independiente y con una visión crítica parecía la opción perfecta para acabar con el yugo que subsume a Cartagena en la imposibilidad de progreso, pero no fue así. La idealizada “Heroica” se ha sumergido durante tres años en la revelación de escándalos de corrupción que no han arrojado la primera orden de captura, gritos, irrespeto, el ejercicio de una autoridad inestable e incapaz de generar continuidad en sus propios procesos y la falta de gestión y conocimiento de quien figura como alcalde, que han impedido la puesta en marcha de acciones que garanticen crecimiento a la ciudad y a la ciudadanía.
Para el último año del período del gobierno local, se espera el mismo escenario triste y desolador, una lucha incansable por mostrar algo que no tiene nada positivo que mostrar y esa actitud bravía e indomable que ha contagiado a la ciudadanía que se ha convencido que en una muestra de rebeldía se permite hacer todo para demostrar quien tiene más poder.
Para la ciudad no se ha ejecutado nada, no se ha hecho nada, no ha existido un solo plan ambicioso del gobierno local para buscar el anhelado progreso, el soñado cambio. Ni siquiera una vía nueva dejará el incorruptible alcalde, ni siquiera un plan para que otro gobierno con enfoque ejecutivo pueda concretar, porque este gobierno fue como un salto temporal de cuatro años, que implicará un retroceso quizá de treinta.
Miro con tristeza el deterioro de esta amada Ciudad. Las promesas de cambio y progreso quedaron en manos de un timonel disperso, desenfocado y sin planes que ha llevado un barco, con un deteriorado casco afectado por la fuerte mareta que lo azota, al borde de quedar a la deriva.
A los cartageneros no les quedará otra opción más que construir sobre lo destruido porque la ciudad yace en ruinas. En vísperas de contiendas electorales los cartageneros tendrán que ejecutar la tarea pendiente y a la que siempre se han negado, elegir bien, sin volver a dejarse cegar por irresponsables promesas de cambio que nada han dejado a la ciudad.
No merece Cartagena más de lo mismo, no merece más alcaldes corruptos, pero tampoco merece una ciudadanía irresponsable, silenciosa y no propositiva.